En las
antípodas
de la luz
y el alba,
un azul
profundo.
La pupila
nublada,
la córnea
ahogada
en el
agua,
el
cristalino desgarrado
por el
viento:
agoniza la
forma.
El ojo
despierta
aletargado,
no acierta
a definir
los
límites,
y los
labios,
no pueden
proferir
el sonido
de un
nombre.
Tras la
ventana
el refugio
abriga,
y a la
distancia,
el oráculo
calla
lo que se
oculta,
tras la
luz.
Precipitadas
las gotas
en el
cristal,
el color
se eterniza
sin objeto
y sin figura,
juego de
espejos
donde lo
sólido
vuelve a
su evanescencia
infinitamente.
Agua y
bruma,
noche del
día,
silencio
de la forma:
pura
escucha
del
atisbo.
Adentro,
en el
silencio,
ojos
inundados
de azul
noche
pétreos
labios,
la figura
desfallece
y alumbra
más que la
fiel nitidez.
El azul
celeste
sucumbe
en la
niebla,
y vencen
las sombras
al
mediodía.
Pasos de
caminante vacío
no
naufragan más
en
espacios innúmeros,
adentro
arde el
contraste
ausente
en la luz
cegadora.
Quietud de
la noche
sosiego de
madrugada:
los claros
citadinos.
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