lunes, 9 de julio de 2012

"El caballo de Turín" de Béla Tarr


¿Por qué tanta oscuridad?, padre? Impaciencia y desesperanza... La semana ya no es más de siete días, son seis marcados por el lento transcurrir del trabajo imposible por la tormenta, cuando todo está manchado por la degradación de quererlo poseer y adquirirlo, todo. No más agua, no más fuego... Sed y oscuridad, y una pregunta inevitable durante la semana sin descanso: ¿De qué se trata todo esto, Padre?. La semana ya  no tiene ritmo, lo divino ha abandonado al mundo humano y no hay ya descanso, sólo el incesante ir y venir de los días; tormenta y viento resistiendo al cotidiano esfuerzo humano. En blanco y negro, el viento no cesa, siempre presente como expresión de una posibilidad apocalítica, haciendo presente el fin. La última gota de agua... La última brasa... La oscuridad no sólo afuera, en el mundo, sino adentro, en casa: la casa desgarrada por el vendaval. Hambre y desolación.

T(edio)iempo detenido.
Los objetos desnudados por el ojo preciosista (des-velados en el tiempo del movimiento demorado: artilugio fotográfico). Contemplación pura: extrañamiento. Y la pregunta: ¿De qué se trata todo esto, Tarr? Los objetos ganan vida y reflejan el estado de ánimo, de quien los toca y los mira, de quien trata con ellos: espejos del alma, revelación de la casa. Texturas y juegos de luz... Cada elemento redimido de la muerte, amén de la imágen, se vuelve sustancial: en el límite entre la vida y la muerte de quien lo toca y lo mira, de quien lo usa y lo saborea. Tan grave, tan humano, tan apreciado, cómo habrían de saberse el último sorbo de saciedad y el último destello de calor. Salvados por la imagen, ganan la realidad de lo que mantiene con vida: los objetos se animan. Llegan a ser más que un mero "eso", "aquELLO".

Y el caballo, ese sí, llega a ser un "tú", que padece la misma zozobra que en casa. Tan humano el tedio, como la impaciencia y la desesperanza, la sed, el hambre. Se reconoce la humanidad, precisamente en la tormenta, en la oscuridad: en el peligro de que el fuego nos abandone, en la crudeza, quizá por exceso de humanidad. El coeficiente de humanidad se incrementa, tanto como se pueda despreciar lo humano para abrirse a lo más que humano: lo sagrado y lo natural, o animal. Así Nietzsche, permaneció en silencio por dos días luego de ver cómo un cochero golpeaba impaciente a su caballo y aquél, se aferró al cuello del animal para detener la brutalidad sollozando.